jueves, 12 de enero de 2012

Cuando el bosque aún era viejo

Las voces que suenan en mi interior, no puedo evitarlas, me destruyen.
El tiempo quema más que las lágrimas pero ¿quién diablos puede parar ese dolor, si no es la pausa?.
El viento, las hojas de los arboles arriba, el corazón que se detiene. Espera, me dice y abro el pecho para verle.
Ahí sigue como siempre pero más callado que nunca, más encogido y apenado que aquellos días lejanos de Otoño cuando el bosque aún era viejo.
Y no es el tiempo ese culpable del olvido. No, ni mucho menos.
La culpa es de nosotros y del verbo, ese que conjugas con desprecio como si ardiera en tu boca.
No pido mucho pues quien pide debe algo y yo, lo siento, ya debí haberte dejado.
Quizá algún día aprenda a no ser el mismo.
Pero sigo siéndolo. Sigo siendo aquel que dejó en tu cuello marcas de silencio y algún que otro gemido.
Lo sé, eramos jóvenes, o ricos en deseos, no me importa como lo pronuncies.
Y mientras tanto la lluvia, el cielo ruge y sangra, golpeando en mis arrugas.
Espero pues es lo único que me queda a parte de las voces en mi interior, que no puedo evitarlas, que me destruyen.